sábado, 26 de junio de 2010

Prostitución forzada

SE APROVECHARON DE SUS LIMITACIONES Y SU VULNERABILIDAD. LA PROSTITUYERON A LA FUERZA Y LA VENDIERON POR MENOS DE LO QUE VALE UNA TV. IGUAL SE LIBERO, EXISTIO UNA CONDENA Y PRIMO LA IMPUNIDAD

Radiografía de una trata de blanca

La mandaron a comprar cigarrillos y fue con su bebé. Sus otros tres hijos estaban en un pueblito de Santa Fe, en la casa del hombre que ella llama abuelo. Pasó varios meses sin verlos pero por ellos y por el que llevaba en brazos, se animó a golpear la puerta de una casa y pedir ayuda. Un “fiolo”, que también hacía prostituir a su propia esposa, la había trasladado bajo amenazas hasta Comodoro Rivadavia para que se prostituyera para él. En la Capital del Petróleo terminó vendiéndola por 1.000 pesos al dueño de un cabaret que todavía tiene pendiente una causa por facilitación de la prostitución de una menor de edad. DDP contará esta historia real, sin dejar de hacer referencia a la extraordinaria suerte que tuvo la persona que debió sentarse en el banquillo.

La pericia psicológica que se le realizó a la víctima –a quien en adelante llamaremos Marta para proteger su verdadera identidad—indica que se trata de una persona con “una pobre autoestima; tiene necesidad de protección, pensamiento inmaduro, ideación simplista. Su capacidad de análisis es limitada, su coeficiente intelectual es inferior al término medio, no sabe resolver situaciones problemáticas, su personalidad es vulnerable, sumisa y dependiente. Con esa condiciones, no podría ser capaz de simular, ni fabular”.
Marta no tiene buenos recuerdos de la mujer que la crió, ella estudió hasta segundo grado en la nocturna del pueblito de Santa Fe cercano a la estancia donde vivía con su madrastra, hasta que un día esta le dijo que no fuera más y la mandó a pedir a la calle. En la estancia vivía el marido y los hijos de su madre postiza, sumados a los 4 niños de nuestra protagonista-víctima.
“Te vas a tener que buscar otro lugar porque acá ya somos muchos”, le dijo una tarde y el único sitio al que se le ocurrió ir fue a la casa del padrastro de su madrastra, que vivía en otro pueblito de Santa Fe. El hombre convivía con su hijo porque su esposa había fallecido en el 98. Se ganaba la vida con su trabajo en la comuna y a Marta siempre la apreció como una hija. Tal vez por ello no le negó asilo en su humilde morada.
“Los nenes se portaron siempre bien; ella me limpiaba, me hacía la comida, lavaba la ropa y nunca pidió para irse, con eso yo estaba pago. De vez en cuando ella adornaba salones para cumpleaños o casamientos y al único lugar que iba era a lo de su madrastra”, contó el abuelastro en el juicio al que fue sometido el “fiolo” que la vendió.

DEL AMOR A
LA ESCLAVITUD
En una de las visitas que Marta le hizo a su madrastra conoció a un tipo que se hacía llamar “Alejandro Leo Matiolli” –quien resultó ser Alejandro Feliciano Rojas—y de regreso a la casa de su abuelastro él la acompañó. Ella andaba con su hijo más chico, aunque en el camino la hizo cambiar de rumbo y se la llevó a Rafaela. Allí le presentó a su madre, a su hermana Norma y al marido de esta, Miguel Castañeda. En esa ciudad santafecina estuvieron algunos días y de allí viajaron a Gualeguay, lugar donde Marta comenzó a sufrir la esclavitud a la que es sometida una víctima de la trata de blanca.
Hasta ese momento ella y el tal Matiolli era amigos con cierto derecho a roce pero en Gualeguay el trato cambió. Con ellos también viajaron Miguel y Norma. Los cuatro se alojaron en un Hotel y las mujeres tuvieron que salir a trabajar a la calle. Para la esposa de Miguel eso era algo normal, pero Marta jamás había hecho algo similar y tampoco quería hacerlo, aunque el marido de Norma se encargó de hacerle saber a los golpes cómo iban a ser las cosas de ahí en adelante.
“Teníamos que ir con tipos que andaban en auto y tener relaciones con ellos, cobrarle y llevarle la plata a Miguel. Si no lo hacía Miguel me pegaba. Yo no tenía plata para volverme y tenía mucho miedo que él me fuera a buscar devuelta”, dijo la víctima en el mismo juicio y con su voz temblorosa recordó que a su hijito lo cuidaba una señora encargada del Hotel cuando ella se iba a la calle.

LA GUAMPA
DE ORO

En Gualeguay, además de hacerlas trabajar en la calle, las mujeres estuvieron 7 días en un bar llamado “La Guampa de Oro” y después de esa campaña todos volvieron a Rafaela. Para entonces Marta no tenía sus documentos ni los de su hijo y en ese regreso el tal Matiolli se abrió, entregándosela como un tesoro a Castañeda para que este la llevara a Ramallo y se la dejara a un tal “Pocha”, que regenteaba el bar “El Mundialito”. En ese lugar, que se ubicó frente a una autopista, Marta estuvo más de dos semanas encerrada, prostituyéndose y durmiendo en la misma pieza donde hacía los pases. En esa situación se encontraban decenas de chicas en contra de su voluntad, según contó la víctima en el juicio. Después Miguel mandó a pedir plata y Doña “Pocha” la subió en un colectivo para mandársela devuelta a su “dueño”. En la Terminal la esperó él y al niño se lo había hecho dejar con una tía suya a la que tuvieron que pagarle 250 pesos por el cuidado que le brindó. El negocio siempre lo beneficiaba a él y en ocasiones, a sus parientes.
En el tiempo que Marta estuvo secuestrada en Ramallo, Castañeda programó el viaje a Comodoro Rivadavia. Ella insistía en volver a la casa de su abuelo y le pedía que le devolviera los documentos pero eso no pudo ser porque su jefe se había contactado con el empresario de la noche, Alberto Suárez, un tipo que a pesar de sus influencias quedó pegado en una causa por facilitación de la prostitución de mujer menor de edad, la cual todavía tiene pendiente. Fue producto del resonante caso en el que se vieron involucrados comisarios –uno en funciones todavía y otro retirado-- de la policía del Chubut, empleados municipales y funcionarios de Gobierno de la Municipalidad de Comodoro Rivadavia durante la gestión Peronista de Raúl Simoncini.
Don Alberto, como lo llaman, les mandó los pasajes y el 13 de marzo de 2007 llegó Castañeda a Comodoro Rivadavia, con su mujer Norma, Marta y su pequeño hijo. Ella no tenía ni la más mínima idea del lugar en el que se encontraba, ni la distancia que había recorrido para llegar. A la Terminal de colectivos los fue a buscar Don Alberto y en su camioneta los llevó hasta la casa donde se alojaron, ubicada en Araucarias 1.162. Ese era un lugar que tenía Suárez para alojar a sus empleadas y allí también tenía por entonces a otro fiolo con su pareja: Ricardo Cáceres y Celia Urista, quienes con su libertad pagaron por un delito del que tuvieron que hacerse cargo y así salvaron su pellejo, y lo libraron de la reincidencia a Suárez.

AMIGOS II
Ni bien llegaron a la Capital del Petróleo y se acomodaron en una de las piezas que estaba disponible en la casa, las mujeres tuvieron que salir a la calle y volver antes de la medianoche, porque a esa hora Don Alberto las pasó a buscar para llevarlas a su cabaret, donde hacían copas y pases. El nene se quedaba al cuidado de Castañeda, quien no tenía demasiada afinidad con los niños. Sería por esa razón que en ocasiones lo golpeaba, lo alimentaba con te y pan duro, y para dormirlo le ponía pastillas a la infusión.
Marta estaba desconectada de su familia y pocas veces la dejaron llamar por teléfono al hombre que ella llamaba abuelo, ordenándole que le dijera que todo estaba bien. Un día se le escapó y le dijo que estaba en Comodoro Rivadavia pero eso fue suficiente para que su amo le rompiera el chip de celular.
El mal trato con ella y el niño llegó a tal punto que la mujer del otro fiolo un día se metió en el medio de la golpiza y lo amenazó a Castañeda con un cuchillo. Las cosas cambiaron desde ese momento y así surgió la venta. Esa misma tarde se presentó Don Alberto y desde su camioneta llamó a Celia, habló con ella y le entregó 1.000 pesos para que ella se los diera a Castañeda. Esa simple acción no tenía que ver con la comodidad de un jefe, sino con el cuidado que debía tener para no dejar evidencias que lo vuelvan a comprometer en una nueva causa por prostitución. De esa manera quedaría Celia como la compradora.

VENDIDA
Marta fue vendida por 1.000 pesos a Miguel Castañeda, quien tomó la plata, su mujer y se volvió a Santa Fe. Desde entonces la víctima comenzó a trabajar para Suárez, aunque estaba al cuidado de Celia y su fiolo, quienes también tenían una criatura de corta edad que quedaba al cuidado de él cuando las mujeres se prostituían.
A pesar de ese cambio de jefes, las cosas para Marta no cambiaron demasiado porque el trabajo seguía siendo el mismo. De la calle al cabaret Amigos II, donde se lo pasaba llorando en los rincones y sólo una vez pudo ver 100 pesos que le dio Don Alberto. Fue tanta su alegría al tocar la plata, aunque ella no tenía noción de cuánto valía cada billete. Por ese motivo tuvo muchos problemas, porque los clientes se daban cuenta de sus limitaciones y por lo general le pagaban menos de lo que fijaba la tarifa por el servicio y después se las tenía que ver con el fiolo que estaba a su cargo.
A todo esto la plata quedaba en la caja del boliche porque supuestamente se le pagarían toda junta a fin de mes. Antes tenía que recuperar el dinero que habían pagado por ella y devolverlo con el trabajo que detestaba hacer. Al fondo del cabaret estaban los cuartos donde se hacían los pases y en ese lugar una vez le confesó su situación a un cliente, pero el tipo no le creyó.
En la casa, con sus nuevos administradores, Marta tenía un poco más de libertad y permiso para ir a comprar, aunque nunca lo hacía junto a su hijito. Un día que recordó el número de teléfono de su madrastra la llamó y le contó que estaba secuestrada en Comodoro, que Castañeda la había vendido y que la hacían prostituir pero en lugar de hacer la denuncia, la madrastra se fue a ver a su amigo Matiolli y le preguntó qué habían hecho con la chica.
No fue la mejor idea, porque en cuestión de minutos en Comodoro se enteraron que la piba estaba pidiendo ayuda y se le volvió a cortar la poca libertad que estaba comenzándose a ganar. El calvario continuó varias semanas más, encima no juntaba dinero en el cabaret porque Don Alberto les cobraba multas por cualquier cosa a sus chicas y cuando estaba muy enojado, éstas llegaban a valer hasta 500 pesos. Así se hacía cada vez más difícil juntar la plata para pagar la deuda.
“Miguel la había amenazado que le iba hacer daño a la familia y por eso ella no se podía escapar. Siempre suele pasar eso y conozco mucha gente que hace daño. A mi me pasó con mi patrón y cuando estuve detenida no podía decir nada porque corría peligro mi familia”, declaró en el juicio la mujer que tuvo que culparse de haberla comprado para salvarse y proteger, sin opción, al hombre que le entregó el dinero para la transacción. Paradójicamente después la parte acusadora la adoptó como su testigo estrella.

LIBRE
En una de las oportunidades que Marta fue mandada a comprar pudo hablar por teléfono con su abuelastro y a él también le contó por lo que estaba pasando. El hombre le sugirió que tomara a su hijo y fuera a la policía o le pidiera ayuda a algún vecino. Antes, con muy poca frecuencia, ellos también habían mantenido comunicaciones telefónicas pero siempre con alguien presente que controlaba lo que ella decía y ya desde entonces el hombre sospechaba que las cosas no estaban tan bien como se lo intentaban hacer creer.
Una noche la volvieron a mandar a comprar. Esa vez fue en busca de cigarrillos y Marta acudió al kiosco cercano a la casa con su hijo, como nunca antes lo había hecho. Era tan inocente y estaba tan atemorizada, que sus captores se excedieron en la confianza y finalmente pudo aprovechar la oportunidad.
Al kiosco nunca llegó. En la primera puerta que encontró comenzó a golpear pidiendo ayuda. La atendió un hombre mayor y por detrás apareció su esposa. Les dijo que estaba secuestrada y que la hacían prostituir, que por favor la lleven a la policía. Por fortuna le creyeron y el matrimonio se involucró desinteresadamente. El hombre sacó su vehículo y la trasladó a la Seccional Segunda, donde la hicieron esperar hasta que le tomaron la denuncia.
El caso era gravísimo, por los intereses económicos y los personajes que volvían a entrar en escena, pero de todas formas tomó estado público. Después se llevó a cabo un allanamiento en el domicilio donde estaba alojada la víctima y allí se encontraron sus documentos juntos a todas sus pertenencias y las de su hijo. También se allanó el cabaret, lugar donde se encontró el carnet sanitario a nombre de la víctima. Lo que la Fiscalía no pudo encontrar fueron pruebas concretas que incriminen a Alberto Suárez y ese detalle fue recriminado en el juicio por parte de uno de los integrantes del Tribunal, señalándose que debió ser éste el que se sentara en el banquillo.
“Del relato surge claramente que otras personas debieron ser imputadas en la causa, las que fueron mencionadas reiteradamente como importantes participes del hecho, e incluso mencionadas por el propio imputado, reconocidas por la defensa y la Fiscalía en el debate y en los alegatos”, se destacó en uno de los votos del Tribunal respecto a Alberto Suárez.
Más allá de ese llamado de atención el único condenado fue Miguel Castañeda, quien recibió una pena de 6 años de prisión. Se debe destacar que este sujeto ya había purgado una condena de 4 años por el mismo delito, pero esa vez la víctima fue una menor de edad.
Marta finalmente volvió al pueblito de Santa Fe donde la esperaban sus otros hijos y el abuelastro, con quienes nunca más se volvió a despegar pero nada le garantiza que en poco tiempo se vuelva a cruzar que el tipo que la vendió, porque la condena aun no está firme y el fallo fue apelado, por lo que existe la posibilidad de que en la siguiente instancia Castañeda quede finalmente libre.

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