martes, 11 de mayo de 2010


LE PERTENECE A UN HOMBRE QUE FUE DESCUARTIZADO. SUS EXTREMIDADES Y LA CABEZA APARECIERON QUEMADAS EN LA RIVERA DEL RIO MAYO. EL DELITO LE FUE ATRIBUIDO A UN MATRIMONIO QUE PRETENDIA QUEDARSE CON SU CASA

¿Dónde habrá ido a parar el tronco?

La huella digital del índice derecho permitió identificar a la víctima. Se trataba de un peón rural que nunca llegó a la estancia donde lo esperaban para trabajar durante la campaña de 2009. El dedo y otras partes de su cuerpo estaban en un tambor de 200 litros, cortado al medio, de esos que se utilizan para almacenar derivados de combustibles fósiles. En ese recipiente de chapa, quienes en él introdujeron lo que había quedado del hombre de 58 años, prendieron fuego con la idea de hacer desaparecer la evidencia. Sin embargo, no comprobaron si en realidad la hediondez de la carne quemada significaba que ya nada quedaba de lo que en vida fue Cristian Choiquepán, y lo tiraron al río Mayo. Ese error le costó caro a toda una familia y la privó de libertad durante varios meses. En breve, el matrimonio podría ser condenado a prisión perpetua y tal vez en el juicio se llegue a conocer qué se hizo con el tronco de la víctima.



No tener un lugar para vivir en Río Mayo debe ser tan difícil para una familia, como lo debe ser para una de Comodoro Rivadavia o de cualquier otro punto de la Patagonia. De ahí a matar a una persona por esa razón existe un gran abismo, sin embargo ese fue el móvil del crimen.

PESCADOR DE CUERPOS
El primero de febrero de 2009 fue un día espléndido en gran parte del Chubut y en cada rincón de la provincia cientos de familias salieron a disfrutar al aire libre, porque no siempre los domingos patagónicos suelen ser tan bellos como aquél y cuando la naturaleza es comedida se debe estar dispuesto para no perder la oportunidad.
Una de esas tantas familias eligió el río Mayo como escenario para su ocio. Sus aguas bordean el pueblito homónimo que está ubicado en la precordillera sur de la provincia, donde además de los soldados del Regimiento, vive una población en la que su gran mayoría tiene algún vínculo con la actividad rural, si es que no trabaja en la administración pública, se dedica al comercio o está desocupado.
Las mujeres se aliviaron de sus hijos entreteniéndolos con la búsqueda de leña para calentar agua recién sacadita del río. El mate con ese cristal derretido que baja de Los Andes, tiene un espuma que jamás podría lograrse con las minerales embotelladas que se venden en la ciudad.
Los hombres se fueron a la pesca con sus cañas y cajas de accesorios en donde no faltaron tanzas, cucharitas, moscas, anzuelos y carnadas olorosas. Alguno debió llevar la heladera con algo para tomar mientras se esperara el pique y hasta entonces no estaba muy resuelto a quién le tocaría hacer el asado. Por lo pronto procuraron alejarse para encontrar un buen pozón y si la racha era buena, por la noche se comería trucha y talvez alguna de las mujeres preparara el asado que ellos esquivaron hacer.
Medio tambor de chapa, al que le golpeaba desde un costado la débil oleada que se salía de la correntada, cambió por completo el día. El hombre que pasó más cerca de ese recipiente, cuando caminaban hacia el pozón, lo miró de reojo y una confusión de imágenes, que intentó acomodar al tranco, lo hizo volver. Parecía un asqueroso contorsionista allí dentro, mezclado entre la mugre y sangre cocinada de un color tan negro, como el de las morsillas frías que llevaron para picar con el vermú.
Una cabeza, dos brazos y dos piernas de un ser humano que estaban separadas del tronco, formaron parte de los elementos que había en el medio tambor que llamó la atención. Era evidente que estaban separadas de él porque el tronco no estaba allí. Parecía esas imágenes que suelen armar los chicos en la computadora para encontrarle gracias a las fotos de algún familiar, sobre todo aquellos a los que se le pueden destacar defectos de su fisonomía. Así van cortándolos, pegándolos y uniéndolos con los de otros que también fueran elegidos para crear el monstruo de la casa y ser exhibido en busca de carcajadas. Pero no había nada de ficción en el medio tambor sino la irreversible realidad de la muerte.

EL DEDO QUE APUNTA
Más de una semana le llevó a los investigadores tener una pista coherente sobre el dueño de las extremidades y por defecto, se supuso, la cabeza también le pertenecería. El tronco nunca apareció y todavía no se sabe qué se hizo con él, aunque a partir de esa carencia nació una leyenda sobre la que no se hará referencia en este momento, porque es aún más larga que esta misma historia.
Fueron once los puntos de coincidencia que encontró la licenciada en Criminalística que analizó el dedo índice de la mano derecha, el único que todavía tenía un pedacito de huella digital de todas esas partes que aparecieron, a la vera del río Mayo, amontonadas y chamuscadas en el tambor. Los datos fueron cotejados con el de un peón rural al que habían oído decir –el 25 de enero de 2009-- que se iría a trabajar la temporada en una estancia de la zona, a la cual nunca llegó con su caballo, ni perros.
Cristian Choiquepán, de 58 años. Ese sería el titular del acertijo. Era el único, de los que alguna vez tocó el piano en la Comisaría, que tenía sus huellas con tantas coincidencias. Once, como ya se dijo. Por esa razón la investigación giró sobre él, como el caballo al que se amansa atado a un palenque para acostumbrarle la boca a las riendas.
Una comisión policial fue hasta la estancia, esa a la que un testigo escuchó decir al baquiano que se iría a esquilar. La confirmación de que allí no estaba y de que no llegó cuando se lo esperaba, sumó un nuevo indicio para afirmar que se trataba de la misma persona.
Se pude decir que son muchas las razones por las cuales se llegaría a matar un paisano en un pueblo. La mayoría de esas decisiones se toman en curda y son motivadas por cuestiones que al día siguiente no tendrán el mismo fundamento, o tal vez sí. Sea como fuere el pleito, más de una puñalada bien dada cerca del corazón o un par de balazos, si la muerte es el fin que se busca, sería suficiente. La pregunta entonces sería ¿Quién querría matar a éste de aquella manera?

CUESTION DE TECHO
Choiquepán era dueño de una casita en el pueblo y la tenía ocupada con gente. En ella vivía una familia integrada por Ricardo Alberto Conchillo, de 51 años; su concubina, Ana Eva Romero, de unos 45 años, y los hijos de ésta: Daniel y Gilberto Romero, de 18 y 19 años respectivamente.
El 26 ó 27 de enero, no se precisó la fecha con exactitud, Choiquepán fue a pedirles la casa porque quería que se la desocupen y terminar definitivamente con el préstamo de la propiedad. Los términos de esa conversación no fueron muy cordiales y ello se evidenció en lo que finalmente ocurrió.
En realidad Choiquepán no tenía la necesidad urgente de habitarla porque ya se conocía que se iría al campo a trabajar. Además, en ella también se alojaba él cuando estaba en el pueblo, pero su deseo era sacarlos y no había vuelta atrás. Tampoco se conocieron los términos del acuerdo al que arribaron cuando les facilitó su vivienda, ni el tiempo que los ocupantes tenían para hacer la devolución de ese inmueble. Lo que sí se supo fue que en una oportunidad recurrieron al Juzgado de Paz para tramitar algún papel que les otorgara la posesión de la casa y esto no le gustó nada al dueño.
Al parecer el tono de la discusión fue en aumento y el jefe de la familia no demostró la mínima intención de satisfacerlo en sus pretensiones. Tampoco contaba con un lugar a donde mudarse con la urgencia que se le exigía y mientras escuchaba las advertencias, que le penetraban como dagas en los oídos, tomó el hacha desde el mango y su mano recorrió todo el cabo hasta chocar con el metal. El contrapeso apuró el envión del palo, lo llevó hacia atrás, hasta donde le dio el brazo, y en una fracción de segundo la madera sonó como un huevo que se cae al piso, contra la cabeza del oponente.
La víctima se desvaneció y todavía respiraba cuando el frío acero del facón le recorrió el cuello de izquierda a derecha. Como un cordero mal carneado, de la garganta salieron chorros de sangre en distintas direcciones y el filo del cuchillo era tal, que la abertura del corte parecía la boca abierta de una bestia.
Con la cabeza en la mano, sostenida por los pelos, el resultado no fue otro que la muerte y los segundos que le siguieron a esa acción transformaron el lugar en una carnicería. Si el cuerpo no aparece será difícil que se hable de homicidio y con esa idea se lo descuartizó. Sus extremidades quedaron separadas del tronco y terminaron en medio tambor de chapa que había en el patio de la precaria vivienda. Con un fuego a las apuradas, que se prendió en el recipiente, se intentó borrar las evidencias y estando la carne todavía caliente, el tacho fue arrojado al río Mayo pensando, quizás, que la correntada se encargaría de hacer desaparecer lo que quedaba allí dentro.


PUEBLO CHICO
INFIERNO GRANDE

Todo lo que ocurre en un pueblo termina conociéndose. A la corta o a la larga, se sabrá. Es muy posible que la verdad no sea tal cual pero cada uno aportará su cuota de fabulación en la maraña de comentarios y algo de lo cierto siempre quedará. Fue así, a través de comentarios, que se llegó a detener a toda una familia y hasta un vecino de ellos estuvo preso.
Un paisano escuchó decir que Choiquepán se iría al campo durante todo el verano, pero nunca llegó a la estancia; otro, menor de edad, oyó que lo habían degollado cuando aún estaba con vida; hubo quien hizo trascender que lo habían cortado en pedacitos y se lo comieron en empanadas; que lo descuartizaron con el hacha en una pelea de borrachos; que lo prendieron fuego y, entre otro comentarios, se dijo que lo mataron porque quería recuperar su casa.
En base a esos y otros comentarios que llegaron a oídos de los investigadores fue que se logró acceder a una orden de allanamiento y de detención de toda la familia, que también incluyó al vecino Daniel García. Todos fueron imputados en la causa luego de que el cuerpo fuera identificado con las pericias de la huella dactilar.
Con el correr de los meses la Fiscalía de Sarmiento, que tuvo a su cargo la investigación, no reunió las pruebas suficientes como para mantener la imputación de los hijos de la mujer y la del vecino, motivo por el cual instó el sobreseimiento de ellos y así lograron recuperar su libertad, aunque no limpiaron la enorme mancha que dejó en ellos la opinión pública que, por adelantado, juzgó su comportamiento en base a la publicidad que los medios de comunicación hicieron del caso.
El matrimonio --que fue acusado por el delito de homicidio triplemente agravado por haber sido cometido con alevosía, por codicia y en concurso premeditado por dos o más personas—también recuperó la libertad y les sustituyeron la prisión preventiva por una medida menos gravosa: presentarse dos veces por semana en la Comisaría de Río Mayo, no acercarse a la casa de la víctima y se les prohibió consumir bebidas alcohólicas.

AL BANQUILLO
El hombre y la mujer serán juzgados por un tribunal que integrarán tres jueces, en un juicio oral y público que se realizará en la última semana de junio de 2010. Para el debate, que se confirmó será en el pueblo, la Fiscalía presentará 21 testigos y esa ceremonia es algo que toda la comunidad de Río Mayo espera con ansias. Se estima que la sala donde se produzca se colmará de gente porque nadie querrá perderse ese acontecimiento tan inusual, donde se develarán detalles y cada uno podrá confirmar cuánto de cierto hubo en los comentarios que reprodujo en todo este tiempo, pero sobre todo querrán saber si finalmente Eva y Ricardo serán condenados a prisión perpetua, como lo pretende el fiscal, y qué fue lo que se hizo con el tronco del difunto.

martes, 4 de mayo de 2010

La última noche de los inocentes

EL ANTES Y DESPUES DEL HOMICIDIO DE JOSE RODRIGUEZ. LAS CAUSAS QUE LO MOTIVARON. LA SUERTE DE LA INVESTIGACION. LA CONDENA Y LA DUDA


José Rodríguez tenía 33 años y trabajaba como preceptor en una Escuela secundaria de Comodoro Rivadavia. Fue asesinado el 28 de diciembre de 2008. Esa misma madrugada le robaron el auto y se lo vendieron a los gitanos. A la detención del sospechoso se llegó por casualidad. Cristian Fernando Montes terminó condenado a 18 años de prisión. Él dice que no lo mató, que sólo le robó el auto. En el juicio no se pudo probar cómo, cuándo y dónde fue ultimado. En el escrito siguiente se contarán los detalles que nadie publicó sobre el caso para que cada uno saque las conclusiones de su propio juicio.


El 27 de diciembre de 2008 llegó de Las Heras un amigo de ella, al que había conocido en un cabaret de ese petrolero pueblo santacruceño. Ya le había hablado de él a Cristian Fernando Montes, con quien tenía un romance abierto. Esa noche salieron a dar vueltas por Comodoro Rivadavia y al visitante le presentaron una amiga, como para que tenga ocupadas las manos cuando las despegara del volante.
Ella era una mujer de la noche pero de esas que tienen pocas luces. Quería divertirse, ir a la bailanta de La Loma, sin embargo Cristian venía mal de dinero porque había perdido el trabajo de camionero, oficio que otrora lo llevó a parar en zonas rojas de la ruta o en los burdeles donde aprendió a conformarse con las caricias que podían brindarle esas obreras. Ella quería salir, se aburría con el paseo en auto, la extensa parada en la costanera y los excesos que preferían sus acompañantes.
Antes de las 5 de la mañana la discusión llegó a tal punto que pidió que la lleven a su casa del barrio Las Flores, donde alquilaba y con más frecuencia se quedaba Cristian a dormir. Allí también tendría hospedaje el visitante durante su estadía en la Capital del Petróleo. La llevaron, Cristian se bajó con ella y le pidió a los otros dos que lo esperen para trasladarlo a otro lugar porque tenía un plan postergado. No tardó mucho en regresar al auto con una campera que antes no llevaba.
Cristian ya había contado que tenía ganas de hacer un “trabajo” en un diario y en pos de ello estudió los movimientos del encargado de la distribución. Tenía la idea de asaltarlo, calculando que podría dejarle un buen botín en base a la cantidad de ejemplares con los que su ejército de canillitas empapelan desde hace décadas la ciudad y sus alrededores.

EN BUSCA DE LA PLATA
QUE LA HARIA FELIZ

Lo único que necesitaba para hacerla feliz y complacerla era plata. Su escasez les provocaba problemas y los privaba de los placeres mundanos con los que comulgaban. La decisión estaba tomada, no se permitiría una nueva amargura y menos aún estando a cuatro días de las fiestas de fin de año.
Con el objetivo de conseguirla pidió que lo lleven al fondo de la calle Alem y allí se quedó a esperar al distribuidor de diarios para robarle, aunque este no apareció esa madrugada. Eso no importó y como tenía todo estudiado puso en práctica el plan “B”, que consistía en encontrar a su presa en el otro punto de distribución, ubicado sobre una de las calles que suben hacia La Loma desde la zona céntrica.
Los detalles de lo que pasó en las horas siguientes sólo él los conoce y es muy posible que esa verdad se la lleve a la tumba porque en el camino hacia el centro su destino y el de un inocente cambiaron. El distribuidor y el robo de la recaudación se desechó por algo que repentinamente se cruzó en su trayecto, a pesar del fabuloso plan que había pergeñado para éste.

AVENIDA SEXO
Desde que no era más que un zanjón que llevaba todo lo que arrastraba el agua desde el Pietrobelli al mar, la avenida Alsina fue sinónimo de prostitución, de sexo. En una de sus cuadras Cristian Fernando Montes se encontró con el auto de José Rodríguez, quien el 31 de diciembre de 2008 apareció muerto en una cantera ubicada a 9 kilómetros al oeste del centro de Comodoro Rivadavia.
El prejuicio sobre la condición sexual de la víctima llevó al fiscal a inclinarse por una hipótesis en la cual se lo pudo imaginar en su auto, a paso de hombre por la avenida del sexo y en busca de placer; se cruzó con Montes que caminaba por allí, ambos se entendieron con una simple mirada, paró su vehículo y lo invitó a subir. Sería esa la peor decisión tomada y la última noche de los inocentes.
Al Volkswagen Gol rojo de Rodríguez se lo vio circular por una de las calles periféricas del casco céntrico, en dirección a la avenida Yrigoyen y al menos dos personas se alcanzaron a ver en su interior, aunque por la lejanía del observador no pudieron ser identificados.

ASADO ETERNO
José Rodríguez tenía 33 años, vivía con sus padres y trabajaba como preceptor en una Escuela secundaria del barrio José Fuchs. Era un joven que cosechaba más aprecios que apatías, que mantenía muy en reserva su vida privada y de quien sus padres casi no conocían amigos. Sí sabían que nunca se hubiera ausentado sin decir a dónde iría.
El 27 de diciembre de 2008 avisó en su casa que se iba a un asado. Esa fue la última vez que lo vieron con vida porque nunca más regresó.
Al día siguiente sus padres fueron a la policía a denunciar la desaparición de José y no quisieron tomarles la denuncia porque habían pasado pocas horas. Les dijeron que se habría ido por ahí y en cualquier momento llegaría, que tenían que esperar al menos 48 horas para poder denunciar la desaparición.
De todas formas se anotició a las autoridades que el pibe andaba en su auto, un Volkswagen Gol con chapa patente BLS-858, que misteriosamente el 30 de diciembre apareció en poder de una familia gitana. Los poseedores del vehículo aseguraron que lo compraron por 5.000 pesos en Pico Truncado y para justificarlo aportaron un boleto de compra venta que llevaba la firma de la compradora y la del vendedor, con sus respectivos nombres y documentos.

EL POSIBLE AUTOR
A partir del hallazgo del auto se contó con la identidad de Cristian Fernando Montes, aunque el dato se mantuvo en reserva pero por los avances que tuvo la investigación en las primeras semanas, no se evidenció que lo hubieran buscado con demasiado entusiasmo.
Unas tres horas después de haber discutido por falta de dinero con su compañera de cama, Cristian llegó a la casa de ella; se bañó, se cambió de ropa, le dejó 50 pesos y le dijo que se iba a Caleta Olivia a vender un auto.
En esa ciudad santacruceña fue a ver a un gitano y le dijo que necesitaba dinero urgente porque había perdido todo el sueldo en el casino y su esposa estaba esperándolo para salir de vacaciones. Se lo ofreció por la mitad del valor real con tal de vendérselo, le mostró los papeles que tenía y lo convenció, pero el gitano se lamentaba por no tener ni siquiera esa plata y para no perder la comisión lo contactó con sus familiares.
Al final tuvo que viajar a Pico Truncado porque en esa ciudad estaba una gitana de Comodoro Rivadavia cobrando una herencia y se interesó por el negocio. A ella se lo vendió, aunque antes la compradora lo llevó a la policía para que le confirmen si el vehículo no tenía pedido de secuestro. Cristian no tuvo ningún problema en ir a la Comisaría y allí le confirmaron que el auto estaba bien para comprarlo.
Sin más vueltas para no arrepentir al desesperado, el negocio se cerró en 5.000 pesos y el gitano que hizo la conexión cobró el 10 por ciento de la comisión. La compradora llenó el boleto con su letra y con el documento de identidad del vendedor en su mano. Al pie firmaron los dos.

FELICES DE NUEVO
Poco después de las 14 del 28 de diciembre Cristian regresó a la casa de ella con 4.500 pesos y la relación volvió a florecer: le regaló el celular y uno de los dos anillos que trajo del viaje, se hicieron mimos y después él descansó porque habían tenido una agitada y larga madrugada.
Al otro día él alquiló una camioneta Toyota para pasearla y hacerla sentir una mujer importante; fueron a Rada Tilly a comer un asado con una amiga y la madre de esta. De regreso pasaron a gastar unos 600 pesos en el supermercado y también compraron en una casa de electrodomésticos, donde entre otras cosas se llevaron un reproductor de DVD. Ella recibió de premio 700 pesos que los gastó íntegramente en ropa.

LA PRUEBA
INICIAL
El auto de Rodríguez apareció el 30, de casualidad, porque una mujer policía que caminaba por la avenida Rivadavia lo vio en una vereda del barrio Las Flores y reconoció la patente, un número capicúa fácil de recordar. Fue muy astuta. Se acercó a la casa y al confirmar que allí vivían gitanos le preguntó si lo vendían, simuló interés por él y les preguntó si tenían algún problema en llevarlo hasta la Seccional Quinta, donde ella trabajaba, para verificar que estuviera todo bien. Tal cual lo hizo la gitana al comprarlo en Pico Truncado.
Ya la policía santacruceña le había confirmado que el coche estaba limpio y venderlo al valor real era un excelente negocio, teniendo en cuanta el vil precio que pagaron por él.
Cuando lo llevaron a la comisaría del barrio Isidro Quiroga y se confirmó que BLS-858 era la patente del auto del preceptor que estaba desaparecido, lo secuestraron. La gitana perdió el auto y el fabuloso negocio, pero también quedó como sospechosa, aunque no fue detenida.
La noticia tomó estado público recién al otro día, cuando la gente casi ni se interesaba en informarse porque era 31 de diciembre y todos andaban locos gastándose el dinero que les había quedado de Navidad. Además, las radios más escuchadas de Comodoro Rivadavia se lo pasaron hablando, toda la mañana, del hombre que había aparecido sobre la parte céntrica de Chacabuco, con un tiro en la cabeza, metido en su auto que permanecía en marcha y con todas sus pertenencias.
Cristian Montes quizás tampoco se enteró de la aparición del auto y esa noche celebraron el Fin de Año en la casa de ella, junto a la familia de la amiga.
El primero de enero de 2009 no salieron los diarios pero las noticias que ya se conocían del día anterior eran cada vez más complicadas para él, algo que al parecer no le importó porque no se escondió como lo hubiese hecho cualquier asesino. Ocurrió también que el 31 de diciembre, poco después del mediodía, apareció finalmente José Rodríguez, pero muerto. Esa noticia recién salió en los diarios el 2 de enero de 2009.
El cuerpo fue encontrado por tres personas que buscaban un repuesto de auto entre las chatarras que suelen tirarse en la cantera Lebón, que está ubicada exactamente a 9 kilómetros al oeste del centro de Comodoro Rivadavia. El dato fue transmitido en forma inmediata a la policía.

MACABRO
La impresión que la causó a los que lo vieron de cerca será algo que jamás podrán olvidar. Sobre todo los policías que pasaron un largo rato a su lado, porque no están demasiado preparados para compartir mucho tiempo con muertos, como lo están los médicos forenses.
El cadáver no tenía ninguna de las partes blandas de la cabeza, ni el cuello. Es decir que no existían sus mejillas, labios, orejas, ni ojos. Parecía que lo habían quemado con ácido. No estaba su rostro. El cráneo y el tronco solo estaban unidos por las vértebras de la columna y ese hueso delgado, ya sin su brillo original por la exposición al sol, se encontraba a la vista.
También le faltaba la carne de casi todo su brazo derecho y en la caja torácica tenía un gran agujero por el que se podía ver su cavidad interna. Le faltaban casi todos sus órganos, a excepción del corazón, que estaba constreñido, y un pedazo de pulmón. Eso era lo único que quedaba de sus entrañas porque el resto ya no existía. Ni sangre tenía y la falta de ésta fue lo que explicó aquello de las arrugas en el corazón.
Otro daño que tenía su cuerpo se observó en la parte lateral de su pierna izquierda, donde se detectaron varias ampollas de quemaduras, sobre las cuales el forense aseguró más tarde que fueron producidas en vida y estando parado, por la forma en que chorrearon hacia abajo los líquidos liberados al reventarse.
La realización de la autopsia no fue nada sencillo. El Hospital Regional de Comodoro Rivadavia no tenía una morgue equipada con el instrumental necesario para descifrar el terrible daño que recibió ese cuerpo. Por eso la abogada querellante --que actuó como tal un breve tiempo-- tuvo que acudir a particulares para acceder a los elementos de precisión, esos que faltaban para aportarle rigor científico a la investigación que se iniciaba con esa prueba orgánica. En el nosocomio público de la ciudad capital del petróleo no había, si quiera, un aparato móvil para hacerle radiografías al cadáver.
Fueron varios días los que demandaron esa pericia, cada uno de los cuales profundizó el dolor de los deudos, el que ya venía curtiéndose desde el mismo domingo 28 de diciembre que no volvió a la casa.
Se concluyó que la muerte fue por un shock hipovolémico, que en pocas palabras sería algo así como una alevosa pérdida de sangre, la que pudo ser provocada con un corte en el cuello, pero como éste no estaba no se pudo confirmar que finalmente haya sido así. En definitiva, no se pudo determinar cuál fue el mecanismo de salida de sangre.
La falta de todas las partes antes descriptas, según el forense, pudieron haber sido ocasionadas por animales carroñeros que fueron atraídos por la sangre. Es decir que el cuerpo de la víctima se transformó en un siniestro banquete que compartieron perros, ratas y piches.
Los primeros lamieron toda la sangre que pudo haber sido derramada alrededor del cuerpo. De otra forma no se explica por qué no se encontraron rastros hemáticos. También éstos se comieron la carne de la cabeza, cuello y brazo, mientras que los roedores y piches entraron para vaciarlo de vísceras.
También pudo haber sido que el homicidio se haya cometido en otro lugar y el cuerpo trasladado hasta la cantera donde fue encontrado. Si fue así tuvieron que actuar al menos dos personas para cargarlo, acomodarlo y taparlo con un marco de puerta, yuyos y algún cartón. Es que no se encontraron huellas en el suelo que puedan hacer presumir que fue arrastrado. Y si lo llevaron desde otro sitio, lo debieron haber hecho en un vehículo distinto al de la víctima porque las pericias que se realizaron en éste no arrojaron datos sobre manchas de sangre.

DE VACACIONES
Teniendo plata en el bolsillo Cristian Montes se fue unos días de vacaciones con ella y otros dos sujetos, de los cuales a uno se le conocen antecedentes penales. Los cuatro viajaron en la camioneta alquilada a la Fiesta de la Cereza, que se realiza en los primero días de cada enero en Los Antiguos, un pueblo ubicado al noroeste de Santa Cruz. Para llegar a ese destino pasaron el control policial de Ramón Santo, en el límite interprovincial de Chubut y Santa Cruz; el Mangrullo de Pico Truncado y el de Perito Moreno, donde incluso existe un puesto de Gendarmería. Nadie lo detuvo. Tal vez porque nadie estaba buscándolo a pesar de que Cristian Montes era a todas luces el principal sospechoso. Al menos fue él quien firmó el boleto de compra venta que tenía la gitana a la que le encontraron el auto de Rodríguez y en ese documento también figuraba su DNI, por lo que no hubiera resultado muy difícil fundamentar una orden de captura y ningún juez se hubiera negado a firmarla, pero nada de eso se hizo por esos días a pesar del clamor social que exigía el esclarecimiento.
Cristian, ella y los otros dos que lo acompañaban hicieron un poco de daño en su viaje; asaltaron un kiosco e incluso ella les marcó la casa de un petrolero en Las Heras, un tipo que había sido su cliente en varias ocasiones que la sacó del cabaret.
No todo fue jolgorio porque la pareja tuvo su rose en ese viaje y ella terminó quedándose en Las Heras, que está a medio camino entre Comodoro Rivadavia y Los Antiguos. Es que Cristian estaba un tanto cebado y en una parada que hicieron en la estación de servicio le dijo a ella que le iba a robar el auto a su amigo, aquel que estuvo de visitas en Comodoro Rivadavia y que lo llevó hasta el lugar que le había pedido la noche que pensaba asaltar al distribuidor de diarios. Sin tapujos le hizo saber que lo mataría y que vendería el auto, pero ella lo paró en seco, se enojó y se quedó en Las Heras. Al final los hombres robaron un pobre kiosco. El amigo de ella y el petrolero que tenía mucha plata, a quien también mataría de ser necesario, se salvaron valla uno a saber por qué.
La misma cantidad de controles policiales pasaron para regresar a Comodoro y tampoco fue detenido. La plata comenzaba a terminarse y Cristian volvió a hacer changas de maletero en la Terminal de Ómnibus. Un día saliendo de su jornal, en una palma ubicada cerca de la garita de colectivo donde paran las Líneas 2 y 4, vieron una fotocopia con la cara de José Rodríguez, de las que habían quedado de la campaña que se montó en su búsqueda. Al pasar frente de ella, Cristian le dijo a su compañero de changa que al tipo que estaba en la foto lo había hecho “cagar” él.

TRAIDORA
Uno de los últimos días de la primera semana de enero, mientras ojeaba un diario, Cristian le contó a ella que el auto que le vendió a los gitanos se lo había robado a un flaco que calificó como una presa fácil. Le describió una secuencia que lo ubicaba en la calle Namuncurá, más cerca de la avenida Yrigoyen que de Necochea, donde dijo haber encontrado a su víctima, a quien le pegó y dejó tirada allí. Según la versión que le dio a ella, el tipo murió después en el Hospital Regional.
Los días pasaron sin que ella indagara sobre la confesión que le hizo Cristian. La relación entre ellos volvió a estar mal como cada vez que escaseaba el dinero, encima el dueño de la casa le exigió que sacara a ese tipo de su propiedad porque estaba llevándole mala gente y él quería vivir tranquilo. De no ser así, le dejaría de alquilar y problema solucionado.
A Cristian no le cayó nada bien e incluso tuvo intenciones de hacer justicia a su manera, pero ella se lo impidió y terminaron peleados. Le pidió que se fuera y él no quiso saber nada con dejarla. La discusión se tornó peligrosa hasta que ella lo amenazó con llamar a la policía, pero tampoco lo paró con eso y finalmente se comunicó con el 101.
Desde el Comando Radioeléctrico mandaron un patrullero con policías de la jurisdicción. Ella le dijo al agente que lo único que quería era que él deje la casa, nada más. Que por favor lo saquen porque no quería tener problemas con el hombre que le alquilaba.
El policía, acostumbradísimo a interceder en dramas familiares, hizo de mediador y habló en tan buenos términos con Cristian que lo convenció y este se fue a pedir alojamiento a la casa de la misma amiga que los acompañó la noche del 27 de diciembre en la costanera.
Una vez que Cristian se fue ella comenzó a estirar la lengua en su contra, delante del policía. Le dijo que el tipo estaba involucrado en un hecho muy grave, un homicidio. El policía la escuchó, quizás pensando que sólo se trataba de la acusación de una mujer despechada, pero fue un dato tras otro y en esa artillería de palabras le señaló el “chulengo” para hacer asado que estaba en el patio. Ahí adentro –le dijo—están las cosas de la víctima; lo llevó hasta el punto indicado, abrió la tapa del tambor y le mostró una riñonera junto a unas llaves y otras pertenencias. También le dijo que el día que Cristian llegó con esas cosas quemó unos papeles en el “chulengo”, le regaló un anillo y un celular que tenía fotos y videos de hombres teniendo relaciones sexuales.
La paciencia que tuvo aquel policía para resolver la situación fue lo que permitió llegar a la persona que al parecer nadie había estado buscando. Procesó la información y la contó tal cual al oficial de servicio y este se presentó en el domicilio a corroborar lo dicho.
A ella se le pidió colaboración y que no dijera nada más, que todo quede allí donde estaba, que nadie lo vuelva a tocar y el dato pasó a la esfera de la Fiscalía para tramitar la orden de allanamiento, la cual no fue tan inmediata como lo ameritaba el caso.
El aparato de investigación se reactivó y se le dio intervención a la Brigada, que comenzó a seguir los pasos de Cristian Montes. El allanamiento no pudo ser más que exitoso con toda esa prueba servida en la boca. Incluso apareció un currículum del sospechoso sobre la mesa de la casa de ella y el 22 de enero de 2009 él fue detenido en la Terminal de Ómnibus del centro, mientras esperaba una changa.

LA JUSTICIA
En la audiencia de control de detención que se le realizó, la Fiscalía lo imputó como autor del delito de homicidio en ocasión de robo, el cual está contemplado en el artículo 165 del Código Penal y fija penas que van de los 10 a los 25 años de prisión. Desde entonces quedó detenido con prisión preventiva y el 19 de abril de 2010 se inició el juicio oral y público en su contra.
Ella declaró como testigo de identidad reservada y lo hundió con su testimonio, pero no quedó del todo claro qué fue del anillo que él le regaló esa tarde que regresó de Caleta Olivia y del otro que le regaló a la amiga de ambos. Ninguna de esas alhajas fueron secuestradas y llamativamente a la víctima le faltaron dos anillos, pero muy poco sobre ellos se le preguntó, tanto a ella como a su amiga, que habían recibido uno cada una.
Esos anillos formaban parte de la conexión entre el acusado y la víctima, porque el resto de los elementos que lo involucraron encajaron perfectamente en su coartada, como el celular, la riñonera y las llaves de Rodríguez.
Ese error fue bien aprovechado por Montes más adelante, cuando declaró por única vez en todo el proceso. El tipo, muy tranquilo al expresarse ante los tres jueces que lo juzgaron, reconoció todo lo referido al robo. No tenía otra opción porque las pruebas estaban, claramente, todas en su contra. Sin embargo, negó haber sido él quien lo mató y esa duda que sembró será algo sobre lo que quizás jamás se conozca la verdad.
Montes reconoció que sus intenciones eran asaltar al distribuidor de diarios y como no lo encontró en el lugar planeado se fue al otro punto de ventas donde podía hallarlo. Cuando llegó a la avenida Alsina, según él, encontró un auto estacionado, en marcha, con el vidrio a medio bajar y sin ocupantes. En un primer momento pensó en robarle el estéreo; ingresó con ese fin al vehículo, miró hacia todos lados y nadie apareció. Se quedó un rato más allí dentro y como tenía las llaves puestas finalmente optó por llevarse el vehículo completo.
Ese auto era el de Rodríguez y en la declaración reveló que la riñonera –con la billetera y todas las pertenencias de la víctima—la encontró debajo del asiento del conductor, mientras que el celular –confesó—estaba en la guantera del auto. Y cuando le preguntaron sobre los anillos respondió que los compró en un kiosco de Caleta Olivia, con la plata que le sacó a los gitanos mediante la venta del auto.
Después de haber escuchado a todos los testigos durante cuatro días de debate, el fiscal pidió que sea condenado por el delito que se lo acusó y el defensor reclamó la absolución por la falta de elementos de cargo. También cuestionó que no se haya logrado probar cómo, dónde y cuándo lo mataron.
Con respecto a la pena, la parte acusadora propuso 20 años de prisión de cumplimiento efectivo y la defensa reclamó la mínima fijada para el delito, es decir 10 años.
Para el Tribunal, la prueba documental aportada y los testimonios que se reprodujeron en el debate fueron suficientes. Con ello se concluyó en la culpabilidad de Cristian Fernando Montes, a quien finalmente le aplicaron un castigo de 18 años de prisión.
De todas formas al condenado le quedan dos ases en la manga y la Defensa Pública que lo asistió hará todo lo que esté a su alcance para aminorar la pena. Por lo pronto analiza los fundamentos de la sentencia para elaborar la crítica en la instancia de apelación.