martes, 29 de junio de 2010

Y la ambulancia?

EL CASO DE UN HOMBRE QUE BALEO A UN JOVEN TRAS LA DISCUSION POR UN ESTACIONAMIENTO EN CALLE SAN MARTIN

Para cada guapo existe otro más guapo

¿Quién pude decir que nunca puteó desde el auto a otro conductor por alguna mala maniobra? Son cosas de la vida cotidiana en una ciudad superada por el parque automotor. De ahí a llegar a los hechos dependerá del nivel de tolerancia de cada uno. Pero si de algo se puede estar seguro, es que por cada guapo que existe siempre asomará otro más guapo aún y, si el destino los enfrenta, las cosas pueden terminar muy mal. DDP les contará la historia de la pelea por un estacionamiento que culminó con un pibe de 24 años asesinado de un tiro en pleno centro de Comodoro Rivadavia y un hombre de 50, condenado a 15 años de prisión. En un plano fuera de foco podrán verse las partes íntimas de un sistema de Salud Pública sin reacción ante una emergencia que lamentablemente sigue igual.

A casi dos años y tres meses del hecho, la terrible condena que recibió Richard Noble Ferrás podría dar un giro esperado por él y vaticinado por muchos que algo conocen del Derecho Penal. El hombre recibió una pena de 15 años de prisión efectiva tras haber sido hallado autor materialmente responsable del delito de ‘homicidio simple agravado por el uso de arma de fuego’.
Si existe algo indudable, es que él fue quien mató a Martín Sebastián Arias el 9 de abril de 2008 y ello nunca lo negó. Lo que sí está en duda, es la calificación del hecho y si el Tribunal que lo juzgó le aplicó la pena para satisfacer el clamor social y la presión ejercida por los familiares de la víctima, dejándoles a los jueces de segunda instancia la definición que no se habrían atrevido a tomar. Por estos días tres magistrados analizan el fallo y en breve se conocerá si le darán la razón a sus pares o si convocarán a una nueva audiencia. De ocurrir esto último es muy probable que se le reduzca notablemente la pena.

LA PREVIA
Richard Noble Ferrás estaba de novio con una chica más joven que él, con quien trabajaba en un negocio dedicado a la venta de materiales para la construcción. El hombre, de 50 años por entonces, estaba mudándose de la casa de su madre a la que tenía construida en el Cordón Forestal de Comodoro Rivadavia. Le hacían falta algunos mubles y con su pareja, después del trabajo, decidieron acudir al transitado centro de la ciudad para recorrer las mueblerías y la primera en la lista fue Lucaioli, ubicada sobre España, entre San Martín y avenida Rivadavia.
Los novios se movilizaban en una Ford Ranger que estacionaron a la vuelta del negocio que planeaban visitar porque encontraron un lugar sobre San Martín al 800, frente al edificio La Muñeca. En la parte delantera de la camioneta había una entrada de vehículo y atrás, un Peugeot 504 ocupado por Martín Sebastián Arias, su esposa y la criatura de ambos.
Ni bien apagó el motor para descender, Noble Ferrás sintió que le golpearon la ventanilla. Era el chofer del auto que estaba atrás, quien exaltado le dijo que lo había chocado y le exigió, en malos términos, que corriese su camioneta para que pueda salir de allí. Un tanto sorprendido por la acusación, el conductor descendió a verificar el impacto y descubrió que nada de ello había ocurrido. Según él, había una distancia de 50 centímetros entre ambos rodados.
“La corro, no hay problemas”, le dijo mientras regresaba a la camioneta y escuchaba la puteada que le dedicaba el joven. Una vez que se sentó y recapacitó sobre la humillación que recibió frente a su pareja, se malentonó.
“Mirá, si sos tan pesado entonces corré el auto vos”, lo retrucó después de haberse bajado por segunda vez de la camioneta. Cerró la puerta con llave y se dirigió hasta el lugar del acompañante para ayudar a su novia a bajar. La respuesta lo enardeció a Arias y las puteadas fueron de un lado a otro.
“¡Así que sos pesado!”, lo midió de boca el joven como advirtiéndole que no tenía idea con quién estaba haciéndose el guapo y marchó para el fondo de su auto. La cuestión comenzó a complicarse y no tenía perspectivas de solución. Noble lo percibió y prefirió volverse a su camioneta para meditar; la puso en marcha y la corrió un poco hacia delante para dejarlo salir, aunque el pibe no salió porque estaba en su baúl buscando algo. Por el espejo de su camioneta Noble lo vio con una maza en la mano, desandando el camino, y sin quedarse a confirmar cuál de los dos era más guapo, prefirió adherir al dicho: “soldado que se escapa sirve para otra guerra”.

EL ESCENARIO
Noble salió con su camioneta a buscar otro lugar para estacionar. Eran casi las 19:45. El centro era un infierno y el tránsito avanzaba a paso de hombre. En la cuadra siguiente de San Martín al 700, frente al kiosco Isidorito, la fila de vehículos que se formó tras el rojo del semáforo ubicado en la esquina de Belgrano, lo obligó a detener la marcha. Su ventanilla estaba baja y charlaba con su pareja sobre la mesa que pretendían comprar. Atrás de su camioneta la fila de autos seguía y desde uno de ellos, por el retrovisor, vio que alguien se bajó y comenzó a caminar hacia su puerta. Le pareció que llevaba algo en la mano; pestañó y focalizó, confirmándole a su mente que no era otro que el jovencito con el que había discutido en la cuadra anterior. Lo que este último llevaba en su mano era una maza.
Esta vez no podía escaparse porque se lo impedían todos los autos que estaban adelante a la espera de la luz verde del semáforo y la decisión que tomó no fue la mejor de su vida. Debajo de la alfombra de la camioneta tenía un revólver calibre 32 que había comprado luego de hartarse de los robos que había sufrido en la casa del Cordón Forestal y a la cual estaba mudándose. Según él, el arma la llevaba ese día porque formaba parte de la mudanza; también tenía ropa y algunas otras pertenencias en la camioneta, las que esa noche, junto a la mesa que compraría, las trasladaría al hogar que pensaba compartir con su joven compañera.
Al tiempo que la figura de Arias se aproximaba a la ventanilla, Noble manoteaba el arma que estaba cargada y cuando la tuvo en su diestra, el torso del chico quedó en primer plano. El pibe tenía uno de sus brazos en alto, en el extremo estaba la maza dispuesta a romper lo que encontrara al bajar y esa imagen lo motivó a disparar. Dijo que temió por su vida y el primer tiro fue a parar en la letra “R” del toldo del kiosco Isidorito. Aseguró que fue para disuadirlo y en una fracción de tiempo incalculable detonó el segundo tiro.
“Me la diste”, alcanzó a decir el muchacho. La maza se le cayó al piso, caminó hacia su auto agarrándose el pecho pero no entró; trastabilló y se fue hacia la vereda casi gateando y allí quedó tirado. Se quejaba. Noble se bajó de la camioneta, alzó la maza y la dejó junto a la pedalera de la Ranger, al lado de su revólver. Sacó su celular y le pidió el número de la policía a un hombre de traje que se asomó, a quien también le dijo que llame una ambulancia. “Quedate tranquilo que ya llamamos”, le respondió.
Alrededor del herido se llenó de gente que intentaba ayudar. A los gritos se reclamaba por una ambulancia, en eso pasó una doctora que lo asistió pero la gravedad era tal que nada pudo hacer ella en ese momento. El pedido de la ambulancia se repitió decenas de veces. En minutos llegó la policía y todos lo señalaron a Noble, quien los esperó junto a la puerta de su 4x4.
“Yo le disparé. Acá está el arma, es mía. Esa es la maza con la que me quería pegar”, le dijo al policía que trataba de entender qué lo había hecho quedarse allí en lugar de salir corriendo para no ser detenido. La gente lo quería linchar. El policía le pidió que se quede junto a él mientras su colega trataba de identificar a los testigos y se pedía refuerzos, con ambulancia incluida, por la presencia de una persona herida de bala.
Pasaron 20 minutos y la ambulancia no llegaba. Para esto, quienes invadieron el escenario del hecho estaban cada vez más decididos a hacer justicia por mano propia y para preservarlo el policía se lo llevó a la Seccional Primera.


SIN REACCION
ANTE UNA URGENCIA

Pasaron 30 minutos y la ambulancia del Hospital Regional no llegaba. El herido estaba cada vez peor y nadie se animaba a cargarlo en brazos y caminar una cuadra y media hasta el Sanatorio La Española para intentar salvarlo. O tal vez a nadie se le ocurrió. El centro era un caos. Todos los medios de prensa llegaron al lugar y hasta la jefa de fiscales, menos la ambulancia.
Durante la espera, la esposa de Arias le avisó por teléfono a su suegro sobre la tragedia. El padre de Martín estaba en su casa, ubicada a unos 16 kilómetros del centro y la mala noticia lo hizo salir a todo lo que daba su auto. Apareció por Belgrano y en contra mano por San Martín recorrió los casi 40 metros que le quedaban para llegar hasta su hijo. Todavía estaba vivo. Lo alzó en sus brazos y lo subió a su coche para llevarlo él mismo hasta la guardia del Hospital Regional, distante a siete cuadras. Unos 15 minutos después llegó la ambulancia pero para entonces ya nadie la necesitaba. A los paramédicos los querían matar y se tuvieron que ir como llegaron.
El pibe llegó al Hospital pero no resistió el daño que sufrió su corazón y el extenso tiempo que pasó sin la debida asistencia sanitaria apuró su muerte. La impotencia que generó la demora de la ambulancia superó el fiel compromiso que los medios de comunicación tienen con la pauta estatal. No dejaron de mencionar ese detalle en sus noticias, aunque la valentía no duró demasiado y después el caso se centró en el asesinato por un estacionamiento. Se dejó de lado la desprotección del sistema de urgencia de la Salud Pública.
No hubo excusa que remediara esa terrible irresponsabilidad y al poco tiempo se anunció con bombos y platillos el nuevo diagrama de urgencia que, en pocos meses, se pondría en práctica para acudir a tiempo a cualquier punto de la ciudad en el que se requiriese una ambulancia. Lo triste es que fue una de las tantas mentiras que dicen los funcionarios cuando están en aprietos, porque aquella fabulosa promesa jamás se cumplió y hasta el día de hoy sigue siendo peligroso confiar en que la ambulancia llegará.

EL JUICIO
El juicio se realizó en octubre de 2008 a sala llena y de todos los testigos que declararon solo una mujer aseguró haber visto a Noble Ferrás con el arma en la mano pero no pudo precisar si los tiros que escuchó los disparó desde el interior de la camioneta o parado en la calle. Su relato no fue del todo convincente. Para ella el hecho ocurrió 30 minutos después de la hora señalada por todos los demás testigos y, entre otras contradicciones, aseguró que la camioneta de Noble era blanca, siendo que realmente es gris. Lo único que coincidió con los demás, fue que caminó hacia el auto de la víctima y luego regresó a su camioneta, donde se quedó parado junto a la puerta hablando por teléfono.
Otros testigos también lo vieron caminar en esa dirección pero para agacharse cerca del final de su camioneta a buscar la maza que se le cayó a la víctima antes de arrastrarse hasta la vereda.
La cuestión es que no se probó que el agresor haya ido hasta el auto de la víctima para efectuarle el disparo, como lo sostuvo la parte acusadora. De haber sido así no se explica cómo fue a parar una de las balas al toldo del kiosco, que según esa hipótesis, estaba a la espalda del pistolero. Tampoco se explica cómo la bala pudo haber hecho un recorrido de abajo hacia arriba y de izquierda a derecha, si es que el atacante estaba parado y la víctima sentada en su auto. En todo caso el recorrido del proyectil debió haber sido a la inversa por una cuestión lógica que no resiste demasiado análisis.
A pesar de las dudas, el Tribunal lo condenó a 15 años de prisión como autor de homicidio simple agravado por el uso de arma de fuego. La Fiscalía había solicitado 18 años, la querella 32 y la Defensa la absolución. En forma subsidiaria se pidió una condena por exceso en la legítima defensa.
A todo esto el Tribunal repitió el error que cometió en el caso Antilef. No realizó la audiencia de imposición de pena, en la que además de discutir sobre los años que le aplicarían de cárcel al imputado, se debe determinar la calificación definitiva por la cual se lo responsabiliza. Ese punto también fue cuestionado en la impugnación.
Más allá de ello, la determinación de los jueces sorprendió a quienes analizaron en forma objetiva el debate. Algunos, a partir de las pruebas expuestas en el juicio, se inclinaron por el exceso en la legítima defensa. Otros, por homicidio simple y sin el agravante, el cual consideran inconstitucional. Una tercera posición llegó a pensar que el Tribunal falló de esa manera para no quedar expuesto ante el clamor social y la presión ejercida por la familia. Es que días antes del juicio, el papá de la víctima invitó a Comodoro Rivadavia a Juan Carlos Blummberg, un padre que perdió un hijo durante un secuestro y después logró introducir cuestionadas modificaciones en el Código Penal de la Nación.
Quienes algo conocen del Derecho Penal aseguraron que la causa no podría ser confirmada en la instancia superior tal como se lo condenó en primera instancia. Finalmente la impugnación se realizó después de dos años y casi tres meses del hecho ante un nuevo Tribunal de Cámara que el 2 de julio dará a conocer el veredicto. Allí se sabrá si se mantiene todo tal cual o si se realizará la audiencia de imposición de pena que se omitió hacer oportunamente. De ocurrir esto último, la pena podría ser mucho menor, incluso existiría la posibilidad de que Noble Ferrás recuperase la libertad.

sábado, 26 de junio de 2010

Prostitución forzada

SE APROVECHARON DE SUS LIMITACIONES Y SU VULNERABILIDAD. LA PROSTITUYERON A LA FUERZA Y LA VENDIERON POR MENOS DE LO QUE VALE UNA TV. IGUAL SE LIBERO, EXISTIO UNA CONDENA Y PRIMO LA IMPUNIDAD

Radiografía de una trata de blanca

La mandaron a comprar cigarrillos y fue con su bebé. Sus otros tres hijos estaban en un pueblito de Santa Fe, en la casa del hombre que ella llama abuelo. Pasó varios meses sin verlos pero por ellos y por el que llevaba en brazos, se animó a golpear la puerta de una casa y pedir ayuda. Un “fiolo”, que también hacía prostituir a su propia esposa, la había trasladado bajo amenazas hasta Comodoro Rivadavia para que se prostituyera para él. En la Capital del Petróleo terminó vendiéndola por 1.000 pesos al dueño de un cabaret que todavía tiene pendiente una causa por facilitación de la prostitución de una menor de edad. DDP contará esta historia real, sin dejar de hacer referencia a la extraordinaria suerte que tuvo la persona que debió sentarse en el banquillo.

La pericia psicológica que se le realizó a la víctima –a quien en adelante llamaremos Marta para proteger su verdadera identidad—indica que se trata de una persona con “una pobre autoestima; tiene necesidad de protección, pensamiento inmaduro, ideación simplista. Su capacidad de análisis es limitada, su coeficiente intelectual es inferior al término medio, no sabe resolver situaciones problemáticas, su personalidad es vulnerable, sumisa y dependiente. Con esa condiciones, no podría ser capaz de simular, ni fabular”.
Marta no tiene buenos recuerdos de la mujer que la crió, ella estudió hasta segundo grado en la nocturna del pueblito de Santa Fe cercano a la estancia donde vivía con su madrastra, hasta que un día esta le dijo que no fuera más y la mandó a pedir a la calle. En la estancia vivía el marido y los hijos de su madre postiza, sumados a los 4 niños de nuestra protagonista-víctima.
“Te vas a tener que buscar otro lugar porque acá ya somos muchos”, le dijo una tarde y el único sitio al que se le ocurrió ir fue a la casa del padrastro de su madrastra, que vivía en otro pueblito de Santa Fe. El hombre convivía con su hijo porque su esposa había fallecido en el 98. Se ganaba la vida con su trabajo en la comuna y a Marta siempre la apreció como una hija. Tal vez por ello no le negó asilo en su humilde morada.
“Los nenes se portaron siempre bien; ella me limpiaba, me hacía la comida, lavaba la ropa y nunca pidió para irse, con eso yo estaba pago. De vez en cuando ella adornaba salones para cumpleaños o casamientos y al único lugar que iba era a lo de su madrastra”, contó el abuelastro en el juicio al que fue sometido el “fiolo” que la vendió.

DEL AMOR A
LA ESCLAVITUD
En una de las visitas que Marta le hizo a su madrastra conoció a un tipo que se hacía llamar “Alejandro Leo Matiolli” –quien resultó ser Alejandro Feliciano Rojas—y de regreso a la casa de su abuelastro él la acompañó. Ella andaba con su hijo más chico, aunque en el camino la hizo cambiar de rumbo y se la llevó a Rafaela. Allí le presentó a su madre, a su hermana Norma y al marido de esta, Miguel Castañeda. En esa ciudad santafecina estuvieron algunos días y de allí viajaron a Gualeguay, lugar donde Marta comenzó a sufrir la esclavitud a la que es sometida una víctima de la trata de blanca.
Hasta ese momento ella y el tal Matiolli era amigos con cierto derecho a roce pero en Gualeguay el trato cambió. Con ellos también viajaron Miguel y Norma. Los cuatro se alojaron en un Hotel y las mujeres tuvieron que salir a trabajar a la calle. Para la esposa de Miguel eso era algo normal, pero Marta jamás había hecho algo similar y tampoco quería hacerlo, aunque el marido de Norma se encargó de hacerle saber a los golpes cómo iban a ser las cosas de ahí en adelante.
“Teníamos que ir con tipos que andaban en auto y tener relaciones con ellos, cobrarle y llevarle la plata a Miguel. Si no lo hacía Miguel me pegaba. Yo no tenía plata para volverme y tenía mucho miedo que él me fuera a buscar devuelta”, dijo la víctima en el mismo juicio y con su voz temblorosa recordó que a su hijito lo cuidaba una señora encargada del Hotel cuando ella se iba a la calle.

LA GUAMPA
DE ORO

En Gualeguay, además de hacerlas trabajar en la calle, las mujeres estuvieron 7 días en un bar llamado “La Guampa de Oro” y después de esa campaña todos volvieron a Rafaela. Para entonces Marta no tenía sus documentos ni los de su hijo y en ese regreso el tal Matiolli se abrió, entregándosela como un tesoro a Castañeda para que este la llevara a Ramallo y se la dejara a un tal “Pocha”, que regenteaba el bar “El Mundialito”. En ese lugar, que se ubicó frente a una autopista, Marta estuvo más de dos semanas encerrada, prostituyéndose y durmiendo en la misma pieza donde hacía los pases. En esa situación se encontraban decenas de chicas en contra de su voluntad, según contó la víctima en el juicio. Después Miguel mandó a pedir plata y Doña “Pocha” la subió en un colectivo para mandársela devuelta a su “dueño”. En la Terminal la esperó él y al niño se lo había hecho dejar con una tía suya a la que tuvieron que pagarle 250 pesos por el cuidado que le brindó. El negocio siempre lo beneficiaba a él y en ocasiones, a sus parientes.
En el tiempo que Marta estuvo secuestrada en Ramallo, Castañeda programó el viaje a Comodoro Rivadavia. Ella insistía en volver a la casa de su abuelo y le pedía que le devolviera los documentos pero eso no pudo ser porque su jefe se había contactado con el empresario de la noche, Alberto Suárez, un tipo que a pesar de sus influencias quedó pegado en una causa por facilitación de la prostitución de mujer menor de edad, la cual todavía tiene pendiente. Fue producto del resonante caso en el que se vieron involucrados comisarios –uno en funciones todavía y otro retirado-- de la policía del Chubut, empleados municipales y funcionarios de Gobierno de la Municipalidad de Comodoro Rivadavia durante la gestión Peronista de Raúl Simoncini.
Don Alberto, como lo llaman, les mandó los pasajes y el 13 de marzo de 2007 llegó Castañeda a Comodoro Rivadavia, con su mujer Norma, Marta y su pequeño hijo. Ella no tenía ni la más mínima idea del lugar en el que se encontraba, ni la distancia que había recorrido para llegar. A la Terminal de colectivos los fue a buscar Don Alberto y en su camioneta los llevó hasta la casa donde se alojaron, ubicada en Araucarias 1.162. Ese era un lugar que tenía Suárez para alojar a sus empleadas y allí también tenía por entonces a otro fiolo con su pareja: Ricardo Cáceres y Celia Urista, quienes con su libertad pagaron por un delito del que tuvieron que hacerse cargo y así salvaron su pellejo, y lo libraron de la reincidencia a Suárez.

AMIGOS II
Ni bien llegaron a la Capital del Petróleo y se acomodaron en una de las piezas que estaba disponible en la casa, las mujeres tuvieron que salir a la calle y volver antes de la medianoche, porque a esa hora Don Alberto las pasó a buscar para llevarlas a su cabaret, donde hacían copas y pases. El nene se quedaba al cuidado de Castañeda, quien no tenía demasiada afinidad con los niños. Sería por esa razón que en ocasiones lo golpeaba, lo alimentaba con te y pan duro, y para dormirlo le ponía pastillas a la infusión.
Marta estaba desconectada de su familia y pocas veces la dejaron llamar por teléfono al hombre que ella llamaba abuelo, ordenándole que le dijera que todo estaba bien. Un día se le escapó y le dijo que estaba en Comodoro Rivadavia pero eso fue suficiente para que su amo le rompiera el chip de celular.
El mal trato con ella y el niño llegó a tal punto que la mujer del otro fiolo un día se metió en el medio de la golpiza y lo amenazó a Castañeda con un cuchillo. Las cosas cambiaron desde ese momento y así surgió la venta. Esa misma tarde se presentó Don Alberto y desde su camioneta llamó a Celia, habló con ella y le entregó 1.000 pesos para que ella se los diera a Castañeda. Esa simple acción no tenía que ver con la comodidad de un jefe, sino con el cuidado que debía tener para no dejar evidencias que lo vuelvan a comprometer en una nueva causa por prostitución. De esa manera quedaría Celia como la compradora.

VENDIDA
Marta fue vendida por 1.000 pesos a Miguel Castañeda, quien tomó la plata, su mujer y se volvió a Santa Fe. Desde entonces la víctima comenzó a trabajar para Suárez, aunque estaba al cuidado de Celia y su fiolo, quienes también tenían una criatura de corta edad que quedaba al cuidado de él cuando las mujeres se prostituían.
A pesar de ese cambio de jefes, las cosas para Marta no cambiaron demasiado porque el trabajo seguía siendo el mismo. De la calle al cabaret Amigos II, donde se lo pasaba llorando en los rincones y sólo una vez pudo ver 100 pesos que le dio Don Alberto. Fue tanta su alegría al tocar la plata, aunque ella no tenía noción de cuánto valía cada billete. Por ese motivo tuvo muchos problemas, porque los clientes se daban cuenta de sus limitaciones y por lo general le pagaban menos de lo que fijaba la tarifa por el servicio y después se las tenía que ver con el fiolo que estaba a su cargo.
A todo esto la plata quedaba en la caja del boliche porque supuestamente se le pagarían toda junta a fin de mes. Antes tenía que recuperar el dinero que habían pagado por ella y devolverlo con el trabajo que detestaba hacer. Al fondo del cabaret estaban los cuartos donde se hacían los pases y en ese lugar una vez le confesó su situación a un cliente, pero el tipo no le creyó.
En la casa, con sus nuevos administradores, Marta tenía un poco más de libertad y permiso para ir a comprar, aunque nunca lo hacía junto a su hijito. Un día que recordó el número de teléfono de su madrastra la llamó y le contó que estaba secuestrada en Comodoro, que Castañeda la había vendido y que la hacían prostituir pero en lugar de hacer la denuncia, la madrastra se fue a ver a su amigo Matiolli y le preguntó qué habían hecho con la chica.
No fue la mejor idea, porque en cuestión de minutos en Comodoro se enteraron que la piba estaba pidiendo ayuda y se le volvió a cortar la poca libertad que estaba comenzándose a ganar. El calvario continuó varias semanas más, encima no juntaba dinero en el cabaret porque Don Alberto les cobraba multas por cualquier cosa a sus chicas y cuando estaba muy enojado, éstas llegaban a valer hasta 500 pesos. Así se hacía cada vez más difícil juntar la plata para pagar la deuda.
“Miguel la había amenazado que le iba hacer daño a la familia y por eso ella no se podía escapar. Siempre suele pasar eso y conozco mucha gente que hace daño. A mi me pasó con mi patrón y cuando estuve detenida no podía decir nada porque corría peligro mi familia”, declaró en el juicio la mujer que tuvo que culparse de haberla comprado para salvarse y proteger, sin opción, al hombre que le entregó el dinero para la transacción. Paradójicamente después la parte acusadora la adoptó como su testigo estrella.

LIBRE
En una de las oportunidades que Marta fue mandada a comprar pudo hablar por teléfono con su abuelastro y a él también le contó por lo que estaba pasando. El hombre le sugirió que tomara a su hijo y fuera a la policía o le pidiera ayuda a algún vecino. Antes, con muy poca frecuencia, ellos también habían mantenido comunicaciones telefónicas pero siempre con alguien presente que controlaba lo que ella decía y ya desde entonces el hombre sospechaba que las cosas no estaban tan bien como se lo intentaban hacer creer.
Una noche la volvieron a mandar a comprar. Esa vez fue en busca de cigarrillos y Marta acudió al kiosco cercano a la casa con su hijo, como nunca antes lo había hecho. Era tan inocente y estaba tan atemorizada, que sus captores se excedieron en la confianza y finalmente pudo aprovechar la oportunidad.
Al kiosco nunca llegó. En la primera puerta que encontró comenzó a golpear pidiendo ayuda. La atendió un hombre mayor y por detrás apareció su esposa. Les dijo que estaba secuestrada y que la hacían prostituir, que por favor la lleven a la policía. Por fortuna le creyeron y el matrimonio se involucró desinteresadamente. El hombre sacó su vehículo y la trasladó a la Seccional Segunda, donde la hicieron esperar hasta que le tomaron la denuncia.
El caso era gravísimo, por los intereses económicos y los personajes que volvían a entrar en escena, pero de todas formas tomó estado público. Después se llevó a cabo un allanamiento en el domicilio donde estaba alojada la víctima y allí se encontraron sus documentos juntos a todas sus pertenencias y las de su hijo. También se allanó el cabaret, lugar donde se encontró el carnet sanitario a nombre de la víctima. Lo que la Fiscalía no pudo encontrar fueron pruebas concretas que incriminen a Alberto Suárez y ese detalle fue recriminado en el juicio por parte de uno de los integrantes del Tribunal, señalándose que debió ser éste el que se sentara en el banquillo.
“Del relato surge claramente que otras personas debieron ser imputadas en la causa, las que fueron mencionadas reiteradamente como importantes participes del hecho, e incluso mencionadas por el propio imputado, reconocidas por la defensa y la Fiscalía en el debate y en los alegatos”, se destacó en uno de los votos del Tribunal respecto a Alberto Suárez.
Más allá de ese llamado de atención el único condenado fue Miguel Castañeda, quien recibió una pena de 6 años de prisión. Se debe destacar que este sujeto ya había purgado una condena de 4 años por el mismo delito, pero esa vez la víctima fue una menor de edad.
Marta finalmente volvió al pueblito de Santa Fe donde la esperaban sus otros hijos y el abuelastro, con quienes nunca más se volvió a despegar pero nada le garantiza que en poco tiempo se vuelva a cruzar que el tipo que la vendió, porque la condena aun no está firme y el fallo fue apelado, por lo que existe la posibilidad de que en la siguiente instancia Castañeda quede finalmente libre.

lunes, 7 de junio de 2010

Caso Antilef


SE COMPROBO QUE MATARON AL POLICIA OCTAVIO ANTILEF Y LOS CONDENARON A 23 AÑOS DE CARCEL. EN MENOS DE 3 AÑOS Y MEDIO, POR ERRORES DE LOS ADMINISTRADORES DE JUSTICIA, FUERON SOBRESEIDOS Y RECUPERARON LA LIBERTAD

¿Será cierto que la ley
está escrita para los delincuentes?


El policía Octavio Antilef fue asesinado en la madrugada del 21 de enero de 2007, en Río Senguer. El asesino lo remató con una piedra de 7 kilos que le hizo estallar el cráneo. Lo alentó un amigo que había prometido vengarse de la policía por un mal momento que le hicieron pasar una noche en Comodoro Rivadavia, cuando paseaba con una chica por el centro. El primo de éste también participó en el crimen y los tres fueron sentenciados a la pena de 23 años de prisión, aunque los jueces de primera instancia omitieron realizar un paso fundamental del nuevo proceso y eso les abrió la puerta a la libertad, a la cual finalmente llegaron en tres años y cinco meses.

No son pocos los que están convencidos de que las leyes están escritas para los delincuentes, que los jueces los protegen y que es probable que sean inocentes la mayoría de aquellos que terminan de cumplir sus condenas. La verdad es que para los delincuentes está escrito el Código Penal, pero por cada delito que postula éste se fija una pena que se deberá cumplir. Si los jueces los protegen o no, es una cuestión de prueba y eso de que la mayoría de los que cumplen sus penas sean inocentes podría ser una exageración, aunque no una mentira.
Lo cierto es que existen equivocaciones pero rara vez alguien se hace cargo de ellas y traducidas al lenguaje más común se las conoce como injusticias. Este caso es un claro ejemplo de ello y será uno de los tantos asesinatos que quedarán impunes, a pesar de haber llegado a los verdaderos responsables de cometerlo.

RENCOR
Maximiliano Bustamante juró vengarse de la policía una noche que fue detenido y golpeado en la Seccional Primera de Comodoro Rivadavia. Un rato antes paseaba con una chica en auto por el centro y lo detuvo un control de tránsito. El joven discutió con el inspector y éste prefirió llamar a la policía. El remedio fue peor que la enfermedad porque le arruinaron la noche del sábado. Se sintió humillado ante la piba que lo acompañaba, después se trenzó a piñas con los uniformados y experimentó el frío del asqueroso calabozo, inundado de orín y excrementos ajenos.
El odio al uniforme lo acompañó de ahí en adelante y es posible que a esta altura de su vida sea aún mayor ese sentimiento. Una vez en su pueblo, Río Senguer, le contó a un amigo aquella amargura y le juró que algún día se la iban a pagar por lo que le hicieron.
En la madrugada del 21 enero de 2007 Maximiliano fue a bailar al boliche de su pueblo, “Ladrillo Disco”, lugar al que asistieron muchos de sus amigos. Esa era una noche especial porque cumplía 25 años. También lo era para Octavio Antilef porque después de tanto tiempo salió a bailar con su esposa, Viviana Pérez, con quien llegaron a Río Senguer de vacaciones para visitar a los parientes de ella, porque otrora ese también fue su pueblo.

PREMEDITADO
En el transcurso de la velada Maximiliano se enteró que el esposo de Viviana era policía. A ella la conocía del pueblo y también a su hermana. En un momento inició una charla con la esposa de Antilef, confirmó el dato y la invitó al asado que tenía planeado hacer en el camping del pueblo al amanecer. En los pocos minutos que duró la charla le recordó las bellezas de la zona a las que no podía dejar de llevar a su marido para que las conociera y por último le dijo que él también estaba invitado al banquete, porque quería que se lleve “un recuerdo inolvidable” de ese viaje.
De un momento a otro el baile terminó y para entonces la gran mayoría de los asistentes habían sido invitados al famoso asado.
-Que tu marido venga con migo, le dijo Maximiliano a Viviana y se lo llevó hacia su Ford Sierra que estaba bastante estropeado y no le funcionaban bien todas las puertas. En el vehículo subió Maximiliano al volante; en el lugar del acompañante lo hizo su primo Fabio; atrás subió otro joven que terminó siendo el testigo principal de la Fiscalía; en el medio se ubicó Juan Albitur y junto a la puerta derecha trasera se sentó Octavio Antilef.
Todos los autos que salieron del boliche enfilaron para el camping. Viviana no se quedó tranquila y se fue con su hermana y su cuñado para el mismo lugar. El auto de Maximiliano desapareció y después se supo que se dirigió hacia la ruta que va al oeste del pueblo.
-Ahora nos vamos a caponear al campo del “Gallego”, dijo Maximiliano como para hacerlo reaccionar al policía que estaba de vacaciones. Y lo logró.
-No, yo me bajo acá. Pará, respondió Antilef y a su voz le siguió un coro de carcajadas que inició el cumpleañero, mientras aceleraba cada vez más el destartalado Sierra.
Antilef comenzó a empujar la puerta con intenciones de abrirla porque desde adentro no se podía hacerlo con la manija y eso fue suficiente para darle la excusa a Maximiliano.
-Hijo de puta vos son milico. Nos querés mandar al frente, gritó mientras le tiraba piñas con una mano y con la otra sostenía el volante.
Al lado de la víctima estaba Albistur, una especie de pitbull en versión humana que motivado por la arenga de su amigo comenzó a golpearlo hasta lograr que se cayera del auto en movimiento.
El vehículo continuó unos metros y se detuvo. Allí los ocupantes hablaron unos segundos y entre esas palabra se escucharon las recomendaciones de Maximiliano, asegurándoles que el milico los mandaría en cana, por eso había que “hacerlo cagar”.
Una acelerada profunda tras el giro en “U” los acercó otra vez hasta Antilef, que se terminaba de reponer del golpe e intentaba regresar al pueblo caminando. Fabio y Juan bajaron corriendo hasta él para golpearlo salvajemente, mientras Maximiliano los alentaba sentado en el lugar del chofer y el otro testigo miraba atónito desde un costado del auto, hasta que la impresión que le dieron los golpes lo hicieron alejarse del lugar. Mientras se iba vio cuando Albistur levantó una tremenda piedra que estaba en la banquina y se la tiró en la cabeza a la víctima.
-Listo, ya está. Vamos, vamos, los apuró Maximiliano pero sólo su primo alcanzó a subir al auto porque Juan quedó ahí y tuvo que volverse caminado a su casa. Incluso en el camino alcanzó al otro joven y con tono amenazante le dijo “vos no viste nada”.

CULPABLES
El 27 de octubre de 2007 el Tribunal de la Cámara del Crimen que integraron los jueces Martín Montenovo, María Elena Nieva de Pettinari y Daniel María Pintos, los condenó a la pena de 23 años de prisión. La parte acusadora había solicitado la prisión perpetua para los tres y los defensores la pena mínima fijada para el delito, 8 años.
Para esa fecha el nuevo Código Procesal Penal del Chubut todavía no cumplía un año desde su implementación –30 de octubre de 2006—y los operadores del sistema recién estaban familiarizándose con él. A los periodistas que hacían Penal y solían escribir sobre los juicios realizados en otras jurisdicciones de la provincia, les llamaba la atención que en todos lados, menos en Comodoro Rivadavia, se conocía el monto de la pena varios días después de haberse efectuado los alegatos, pero fue algo a lo que no se le dio demasiada importancia. Tal vez por no haber leído el Código Procesal Penal, al menos hasta el artículo 304.
En él se advierte sobre la división del juicio en dos etapas: “en la primera, se tratará todo lo relativo a la existencia del hecho, su calificación y la responsabilidad penal del acusado. Finalizada esta etapa, el tribunal deberá determinar si se han probado los hechos materia de acusación y si la persona juzgada es culpable o inocente”.
“Cuando haya veredicto de culpabilidad, en la segunda etapa, se determinará la calificación jurídica y las consecuencias de dicho veredicto. Las partes podrán solicitar al tribunal un máximo de cinco días luego del veredicto, para ofrecer nuevas pruebas a fin de fijar la pena. En este acto se fijarán la fecha y la hora para la culminación del juicio”.
En este juicio y en todos los anteriores que se hicieron desde que se puso en vigencia el mencionado Código, no se realizó la segunda parte y terminado los alegatos con su respectivo pedido de pena, el Tribunal que lo llevó a cabo emitió junto con el veredicto de responsabilidad, el monto de dicha pena.
Esa omisión fue advertida por los defensores y el fallo del caso Antilef llegó a la Sala Penal del Superior Tribunal de Justicia del Chubut, donde en síntesis se anuló la pena pero se confirmó la responsabilidad penal de los enjuiciados. Es decir que para los jueces que intervinieron en esa instancia superior, se estaba ante los culpables del homicidio.
De todas maneras la Sala Penal no resolvió el delicado tema con rapidez sino que fueron varios los meses que se tomaron para ello, hasta que se ordenó que se hiciera la segunda parte del juicio para finalmente imponer la pena que le correspondiere a los condenados. Allí surgió un nuevo problema y tiene que ver con la identidad del juzgador. Los mismos que resolvieron la responsabilidad penal deben ser quienes intervengan al momento de fijar la pena de la segunda etapa del juicio. Pero en este caso, como los jueces que integraron el Tribunal ya habían emitido un monto, se excusaron para no volver a actuar. Por esa razón se debió conformar un nuevo Tribunal para hacer el denominado juicio de cesura, más conocido como audiencia de imposición de pena.

INSISTIDORES
Al menos una docena de audiencias se realizaron después del juicio, viarias de las cuales se llevaron a cabo en Comodoro Rivadavia y otras tanto en Sarmiento. En ellas no sólo se revisó la prisión preventiva de los condenados sino que se analizaron las sucesivas impugnaciones que, con el tiempo, fueron presentadas por los defensores, quienes incluso llegaron con un recurso extraordinario hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Las que se hicieron después de haberse cumplido tres años del hecho, se refirieron al vencimiento del plazo razonable del proceso.
En abril de 2010 finalmente se conformó el Tribunal para llevar a cabo la audiencia de imposición de pena, pero la magistrado que fue electa presidente se apartó y su decisión fue fundamentada en base al vencimiento del plazo razonable al que se refiere el artículo 146 del Código Procesal Penal: “todo procedimiento tendrá una duración máxima de tres años improrrogables contados desde la apertura de la investigación salvo que el término de la prescripción sea menor o que se trate del procedimiento para asuntos complejos”.
La magistrado que se apartó fue reemplazada en breve y nuevamente conformado el Tribunal se realizó la postergada audiencia. En conclusión, de los 23 años a los que fueron condenados la primera vez, terminaron otorgándoles 9 años a Albistur y 9 años con tres meses para los primos Bustamante. Con eso parecía haberse terminado todo, pero no fue así porque el 4 de junio de 2010 se realizó una nueva audiencia para impugnar la reciente condena. Además, como el plazo razonable es algo que se pude discutir en todo momento, también de él se habló en esta oportunidad.
Los jueces que intervinieron en esta ocasión fueron Gladys Rodríguez, Florencio Minata y Silvia Martos, quienes resolvieron dictar el sobreseimiento de los condenados por haberse vencido el plazo razonable que debe tener todo proceso. En virtud de ello, se les otorgó la inmediata libertad.
La sentencia completa con sus respectivos fundamentos y el voto de cada uno de los jueces, se conocerá el 11 de junio. De todas maneras quienes realmente conocen de Derecho Penal, estiman que es prácticamente imposible revertir esta decisión. No obstante se afirmó que “tanto los jueces de la Sala Penal del Superior Tribunal de Justicia del Chubut, como el tribunal de primera instancia e incluso el fiscal, están en condiciones de ser sometidos a un jury de enjuiciamiento por la responsabilidad que les cupo”.